Fueron bastante gente a la presentación del libro de artículos de Tomàs Arias. Y hubo risas porque fue una presentación de andar por casa, sencilla, como las pantuflas, que después de andar uno todo el día calle arriba y calle abajo va bien acomodar los pies en algo que refresca y tranquiliza, y así fue la presentación y los artículos que se leyeron, pues estos dilataron las expresiones, la hosquedad de algunos rostros que llegaron como preguntándose A ver qué nos van a contar estos. Y en efecto, los artículos que se leyeron tenían su guasa, y hacían pensar en que eso que aparentemente no decía nada porque eran textos como de andar por casa, sí decían sí. Para estos tiempos tan caros a dejar que las rigideces se relajen un poco van bien lecturas así. La seriedad constante no es buena consejera del mismo modo que tanto sol no es positivo para el cultivo sereno de las células grises. El amigo Tomàs se traslada con hábil facilidad de un tono menor, digamos, de un detalle nacido en casa, puertas adentro, a una imagen que sacude un motivo cotidiano, y que por nosotros obviarlo y quizás darlo por hecho con demasiada facilidad, se nos escapa su matriz, la semilla donde tal vez se originó, la mina en la que incubó esa cotidianidad que nos parecía, en un principio, sin importancia. Pero he aquí que el poeta Tomàs (Tomàs Arias es poeta) viene, se vale de una imagen sencilla y pinta con color y sarcasmo, una perla del día a día que nos parecía sin vida y sin relieve. Y para ello nada como la sencillez al escribir, en vez que generalizar y radicalizar con énfasis, ronda la posible fuente de una acto, el que fuere, de una noticia, la que fuere, y alcanza, de ser posible, algo de la luz que todo movimiento tiene por muy escondida que tenga esa luz y nos parezca que no porque a simple viste así nos lo parece. Matthew Tree pintó con magisterio las palabras y los gestos y no porque pensara en la costumbre que ya tiene frente a las cámaras (no sé si en esas lides continuará, no tengo tele) sino porque en cuestiones de abrillantar un detalle al muchacho le fluye bien y sabe lanzar la flecha sin perder el brazo y el arco. En fin, que me lo pasé de maravilla ese rato. Había por allí por la barra un plato con unas croquetas que a cada rato me provocaban un abordaje y no me lancé no, en otra estación será.
Ubaldo R. Olivero
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