martes, 26 de octubre de 2010

Siete maneras de vivir una historia

Abreviar aquí la historia no sería rendirle saludable justicia pues si un libro tiene 217 páginas bien medidas (medidas abiertas) es porque sencillamente conseguir ilustrar lo que narra valiéndonos de un aforismo, o un adagio, o una sentencia, es innecesario, poco añadiríamos y poco favor le haríamos a la santa bendición del libro y la hermandad de los protagonistas de la historia, a sus soles y a sus noches. ¿No comienza un buen libro allí donde terminan sus páginas? Los buenos sí, los muy bueno pueden eso y pueden muchísimo más y Siete maneras de matar a un gato tiene más de siete maneras de considerarlo no solo bueno sino excelentísimo ejercicio de narrar y provocar que uno sienta la poesía incluso cuando se hable de los más feo, de lo que nos envilece y nos hace caer, de lo que nos quita brillo y nos empequeñece. Se habla de los bajos fondos, de un territorio de muchas miserias, y por las noticias que da el Gringo, el narrador, uno siente las alturas de la poesía, y la cobija que la ley debería ofrecer y no hace, y la bendición de los desheredados que viven y aman en el corazón de la tormenta, por ejemplo en el bar del Gordo Farías, con su hijita de buen fuselaje y picarona, Yanina, donde el Gringo y la Yani, en ese capítulo erotísimo, "Como perro y gato", jugando a bautizar el mate con ginebra La Llave trascienden el hecho y ni siquiera el 38 que lleva el Gringo puede parar el terremoto de esa pasión que ya tenía su horizontes en otros cielos del deseo. El Gringo bien sabe que si no aprovechaba la ausencia del Gordo Farías mientras laburaba en el bar, la ocasión podía tardar. "El barrio, el hambre, el destino, el miedo... De alguno de esos brutos somos hijos. Y da lo mismo, son todos padres feroces" Jodida vida esa pero está la lealtad del Chueco y luego su redención con las hostias del plomo que se lo lleva; la lejanía en la mirada del Turco Zaid que vigila su perro en la pared, o el perro al turco; Y Mamina, paciente y cariñosa; Quique llorando a su hermanita pero confidente fortaleciéndose; y Toni y Cecilia ¿qué pasó entre Toni y la madre del Gringo?; y esa pelea última donde la gendarmería montará su carnaval de tiros mientras los de los bajos fondos, los pobretones felices en su vitalidad, se arman con lo que sea para defender su trozo de paraíso, el color de sus religiones y zonas, cada cual en su lugar y luchando por su merca y su poco de vianda para esperar el nacimiento del otro día. Vaya!, que buena historia, que bien contada y que vuelos alcanza en las metáforas para decir sin señalar lo que el lector medianamente atento capta con el rizo de las imágenes conseguidas, efectivas en su cómo y en su plasticidad. Tendrá una larga vida Siete maneras de matar a un gato, lo sé. Tiene todos los ingredientes para su triunfo a largo plazo. Para este lector, que se ha emocionado en muchos momentos, y en no pocos se ha reído con las burlas inocentes y no tanto a Moby Dick, y otros pasajes fuera de la ballena, la novela de Matías Néspolo ya figura entre sus libros preferidos como una obra de respetadísimo nivel y prestigio. Y no por lo que cuenta y como lo cuenta con admirable destreza sino por su sencilla humanidad sin descender a las cavernas de las moralejas blandas ni a la sociología que se viste de alpaca para venderse como plata de buena ley. En buena hora. La celebro.







Ubaldo R. Olivero





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