domingo, 5 de septiembre de 2010

El rufián moldavo (Seix Barral)

Buenas noches amigas/os:
Bueno, no les voy a contar el argumento de esa muy trabajada y luminosa novela de Edgardo Cozarinsky. ¿Para qué? ¿Tendría sentido? No, creo que no lo tendría. Ustedes mismos pueden disfrutarla paseándose por sus 158 páginas. Pocas pero muchas. Se habla, entre otras perlas, de la triste causa de los judíos (siempre en escorzo y no tanto), se habla de una venganza que puede parecer hasta un asesinato pero no, es algo más que un asesinato y una venganza, es una liberación de alguien que actúa no solo en nombre de una comunidad siempre perseguida sino en nombre de su conciencia y lo que le debe a esa conciencia. Y el narrador que persigue la historia de ese autor de la obra, El rufián moldavo, se mete lo justo y moraliza poco, lo justo, pero uno como lector siente que debe cuestionarse cosas, no mirar para un lado como si no pasara nada, porque no es cierto que no pase nada, pasan cosas, y pasan cosas tristes y la novela lleva, sin forzar, sin forzar, pero por momentos uno no quiere continuar porque el corazón duele y se resiste. Y sin embargo uno sigue la historia y termina cansado que hechos así ocurran y miremos para otro lado como si nada. Me alegró leerla, no voy a mentirles. Y mañana mismo iré a buscar otros libros del autor porque sabe tocar con maestría allí donde solo una buena mano maestra y pensamiento claro y talento, sabe tocar y herir y curar. Y bueno, que bien sentí que no perdí el tiempo. Y que bueno ese homenaje discreto, fino, a cierta obra de CJC, sobre el asunto de unas lápidas que servían de mesa en un bar, no lejos del Hogar donde el narrador tenía la fuente de su curiosidad y dolor (¿esa cajita de zapatos era un símbolo dentro de símbolos?). Y esos nombres que dicen más que nombrar... lvov, Jassy, Tiraspol, Gdansk, Pécs, Czernovitz, Wroclau, Brody, Warszawa, Kastoria, Lemberg, Odessa. Entremos en "El rufián moldavo" sin miedo. No hay motivos para el miedo. Es una obra construida con sabiduría. Hay miedos que liberan y engrandecen.




Ubaldo R. Olivero


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