viernes, 6 de agosto de 2010

El peine ha perdido su prestigio

No veo a mucha gente peinarse por ahí. Ahora el pelo, al libre albedrío del viento amigo, es quien hace sus agostos, ya no el gesto (en otros tiempos de romántica presunción) de sacar el peine y acomodar esos flequillos traviesos que quieren ir a su aire, concientes de que quien no intenta someterlos, discurre un poco más allá, sortea con fortuna el fácil encasillamiento de que aquella o esta forma en el cuero cabelludo, pregona esto, o aquello. El peine ha perdido todo su otrora prestigio, porque, vamos aver, si el pelo se mueve, hasta es probable que se meneen un poco las ideas que le bullen y zascandilean debajo, y si tal ocurre, todo va bien, pero si el peine o la gomina las quieren fijar, mal vamos, habrá que estar pendiente de que no se desarme el tinglado. Y ahí a las ideas entonces les cuesta respirar y salir a dar un paseo, que es lo que ocurre cuando hace buen viento y la caja del cuerpo necesita de espacio para ventilarse un poco. Mi amigo, el poeta Alfredo, de cuando en cuando, saca su peinecito, y mirando un espejo que no tiene delante, acomoda un poco ese flequillo que se le rebeló, y la muchacha de al lado lo mira un poco nerviosa, desorientada, porque esa imagen ya se ha perdido, quedan pocos que le devuelvan su sacro prestigio. ¿Es de carey? Le pregunté una noche en el As de Copas, pero mi amigo el vate no sabía si era carey, o no. Me lo enseñó pero no estaba seguro que fuera de carey, quedan pocas de estas tortugas de las Indias Orientales, se persigue su huevo, manjar exquisito para bolsillos desahogados. Vivan los peines y Emiliano Zapata!
Ubaldo R. Olivero

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