Soy devoto constante de los recuerdos infieles antes que de los recuerdos fieles. La infidelidad de los buenos recuerdos se parece bastante, por sus libres añadidos y supreciones, a la orgullosa fantasía de las matemáticas. Estas, las fantasías de las matemáticas, cuando quieren que un buen recuerdo pase de un cubo a un pentágono, o de un pentágono a la estimulante figura de un dodecaedro, hacen del arte del fantasear, un camino abierto, no sujeto ni forzado a excesivas racionalizaciones (de un dodecaedro a un círculo hay muy poco viaje, apenas una breves limaduras), pues tiende a ser y obrar la fantasía que todos llevamos dentro, cuando no se le aherroja con cadenas de nulo misticismo, un río alegre, una montaña para buscar, y probablemente encontrar el sosiego necesario en sociedades tan prisioneras como las de hoy. Deberíamos detenernos de cuando en cuando, y hacer el viaje de la piedra a la estatua, como dijo no recuerdo dónde el poeta lusitano autor de Ensayo sobre la ceguera, muerto poco ha. No es posible ni sano condenarlo todo (nunca lo fue) a un número preciso e inamovible de reglas. El ayer y el mañana nunca dejarán de ser, por suerte, pasadizos donde cada cada cual sueña con ese círculo misterioso que lo lleva de un punto a otro punto, y en cuyo viaje la defensa de la fantasía necesita de movimientos libres y energías limpias de retos superficiales.
Ubaldo R. Olivero