¿Cuántas obras maestras y supuestos clásicos nacen por semana? ¿Por qué adulan con tanta desfachatez ciertos presuntos críticos a esos/as que más adelante pueden devolverle el favor en según que revistas, en según que suplementos literarios y similares? ¿Por qué, a la hora de hacer un comentario con el argumento que se supone ha de sostenerlo, muchos/as confunden la obra con quién está detrás de la firma y son incapaces de diferenciar que una cosa es la estrella que se pretende visualizar (o sus galaxias) y otra bien distinta el ojo que se mantiene detrás del telescopio? ¿Por qué se mezcla con tanta facilidad saber leer con saber deletrear? ¿Por qué entre la apariencia y la esencia no se hace distinción y suelen meterse a las dos en el mismo saco? ¿Quién dijo que la gramática muerta es obra que irradie, volcán que erupcione, semilla que germine, puente que una, brújula que guíe? Estoy cansado de escuchar estupidezes por doquier y no encontrar en ellas algo que se pueda separar como suele hacerce con el famoso grano de la no menos famosa paja. Estoy cansado de los catones menores que andan sueltos por el mundo intentando monopolizar, con frases torpemente cocidas, el interés de los que sienten curiosidad por vivir con sabiduría, con temple, con sosiego. Se fatiga uno mucho de tropezarse por los anchos caminos del mundo con esos pobres diablos/as, que todavía no han aprendido a discernir que una cosa es el ala del pájaro y otra el viento que lo equilibra. Me fatiga, sí. Y por eso me desahogo aquí. Y a quien le moleste que mi emoción traduzca en estos tonos un tanto grises (a pesar de ser un pesimista activo) ya puede sentarse y rebatirme como mejor se le antoje. Yo escucharé atentamente y donde se tercie hacer una reverencia, no me importará hacerla. Y donde concidere deba volver a refutar, evidentemente lo haré. No se trata de la bala, se trata de quien aprieta el gatillo y si el dedo que lo aprieta apunta en la dirección oportuna pero al mismo tiempo en dirección abierta. Se trata de dudar, que es presentir. Lo demás es asomarnos un poco a nuestros abismos y aprehender para que no nos vuelvan anémicos neuronales los listillos de siempre. U. R. Olivero
lunes, 14 de julio de 2008
jueves, 10 de julio de 2008
R. W. Emerson, uno de los grandes
Fue hace tiempo, cuando apenas entendía lo que significaba una subordinada o mínimamente conocía la eficacia de un buen sustantivo, el golpe corazón adentro de un verbo. Si la memoria no quiere ahora ponerme una sancadilla, el ensayo se titulaba Círculos. Fue entre los muros y las rejas y los candados de Playa Manteca. Allí tengo amigos y allí mataron a uno de mis mejores amigos y maestros. Eusebio. ¿Se acordarán de mi los que quedan allí?. Desde que lo descubrí, me dije, "He aquí a un tipo que sabe lo que dice porque sabe leernos". Claro que eso de que aquel Emerson sabía leernos lo supe después, pero mucho más tarde. Leía y leía sin deternerme en si esta palabra o aquella obra llevaban esta o aquella dirección. Las palabras casi siempre tienen más de una dirección. A veces nos favorece tal dirección, a veces no. Las palabras tienen tantos saltos dentro de ella como imaginaciones encierran dentro de sí las volutas o los vitrales de una basílica. La palabra basílica me encanta. Tiene un hechizo que no se puede abarcar con tan solo pensarla un par de veces. Eso hacía Emerson, hechizaba, conseguía que hasta lo más insignificante (semióticamente hablando) pareciera encerrar grandes metamorfosis, grandes repercuciones. Luego entré en sus otras obras en España y ratifiqué lo que ya intuí allí en aquel mi otro Castillo de If. Si alguna vez he sentido que empleaba mi tiempo en algo verdaderamente últil, ha sido cuando estaba de viaje con las palabras de R. W. Emerson. Es imposible que si entras en el, en sus escritos, con las neuronas activas y dispuesto a que suceda un paso detrás de otro, repito, es imposible que ya seas el mismo después de leerlo. Cierto que sucede con otros pensadores o filósofos, ciertísimo, pero de las dos manos, sobran unos cuantos dedos. Nos vemos! U. R. Olivero.
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martes, 8 de julio de 2008
Campanella orbitando
Ya lo comenté en otro Blog pero se me perdió (eso de que estas máquinas son infalibles no es un cuento que acabe de seducirme). Hablaba de un libro que ayer me compré y leí, que no engullí no, que lo leí. Tiene pocas páginas pero es un libro interminable, como Pedro Páramo, de Juan Rulfo el Grande, por ejemplo. Ya se sabe que desde siempre se persigue y fustiga a la gente que piensa por si misma y además lo hacen con argumentos bien dispuestos, por eso me impresiona la vida de Boecio, de Erasmo, Campanella, la de Giordano Bruno, la de Galileo, bueno, eso por no hablar de otros/as que siglos más tarde vadearon el mismo infortunado río, un río de aguas caprichosas y en el que naufragaron y naufragan, hoy por hoy, demasiados marineros/as, del pensamiento libre, sin ataduras, de vuelo estimulante. Al salir de la librería Documenta, que durante muchos años ha sido el santuario de mi salvación, me encontré con Aina, una mujer intensa, provocadora, de unos labios realmente hermosos. A ella no le gusta que yo diga estas cosas en voz alta pero no puedo evitarlo, me cuesta. Fuimos a beber un café a la Plaza Real. Esa fue la primera plaza en esta ciudad donde me senté a tomarme un café en cuanto aterrizé en esta caótica pero inolvidable ciudad. Eso fue por allá por marzo del 94. En aquel terrible año, (por que fue un año muy terrible) mucho gente se largó de mi país en lo que pudo. Miami quedaba relativamente cerca pero al mismo tiempo estaba lejísimo. Muchos se quedaron en el camino, sabroso banquete de los tiburones. Un primo mío y un amigo suyo salieron de Alamar en una recámara de tractor y nada, nunca supimos más de ellos. Ahora Campanella me lo recordó, más allá de que mi primo no escribiera nunca ni una triste carta pero también, como Campanella y anteriores y otros que le continuaron, tenía sus propias ideas. Eso no les conviene a ciertos poderes, no les conviene que la gente tenga las ideas activas, sin fisuras. Desde acá le mando un abrazo y esta tarde me beberé un trago a su salud. U. R. Olivero.
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