martes, 28 de septiembre de 2010

Mi Capitán

Que buenos amigos son cuando deciden ser tus amigos. Yo tenía uno cuando fiñe, allá en mi Lengua de Pájaro. Se llamaba Capitán. Le dije a mi madre que me mandara unas fotos para recordarme cuando yo era yo, ¿Cuándo realmente uno deja de ser uno para ser algo, alguien, que no se sabe muy bien qué es ni quién? Que triste. Me la mandó y vi a Capitán. Mi querido Capitán. Estamos los dos fotografiados frente a mi escuela Leopoldo Rey Sampayo. Poco antes de salir Capitán ya estaba allí, fiel, esperándome. De lunes a viernes fue fiel a esa fidelidad. Y si me sincero diré que no pocas veces le di su buena patada, y Capitán ahí fiel a mi amistad. Luego cuando me fui mamá decía que se iba para el puente que hay frente al colegio y allí se quedaba un rato sentado, mirando para el agua. Nunca más lo volví a ver. Cuando visité la isla por allá por el 2004 ya estaba enterrado. Mi hermano le había hecho una tumbita detrás de la casa, al lado del pozo, ahí nos pasábamos muchas horas, haciendo nada, filosofando en la nada. Y cuando iba por allá por lo de tío Cecilio, Capitán era el primero que se entusiasmaba con la idea de ir a buscar cocos, o naranjas,o ir a tumbar palomas con mi tirapiedras, porque yo cuando fiñe era un poco medio diablo. Y me gustaba serlo. Luego me fui y empecé a ser otra cosa, que ahora me confunde eso que soy porque en muchas cosas no me reconozco. Y Capitán ahí, fiel a donde quiera que yo trazara el rumbo. Fiel a su fidelidad. Le hecho de menos. Mañana llevaré la foto a un estudio para que me la amplien y pondré un letrero en la puerta "En esta casa hay verdaderos amigos que nada le temen ni le envidian a los amigos que se dicen verdaderos pero no son fieles a la fidelidad. Ay Capitán si ahora reaparecieras y vieras cómo está todo este mundo patas arriba ¿Te irías o te quedarías un tiempo de vacaciones? De verdad que me molestó mucho lo que le pasó al perro de La familia de Pascual Duarte, la novela de CJC, pero entendí al amigo que lo despachó al otro mundo.





Ubaldo R. Olivero



lunes, 27 de septiembre de 2010

¿Puntos de apoyo para el mejor goce?


Hay ciertas cosas que una no puede hacer descalza

Saludos.
¿Que le agradecemos a un buen libro de narraciones? Que teniendo cada una su autonomía propia de algún modo unas y otras se hibriden, se encuentren unas y otras por vasos comunicantes bien tallados, hechos a su medida. Que nos hechice, que nos hable de ciertas cotidianidades que por parecernos insustanciales, sin sabor, no obstante tienen siempre una sorpresa que aguarda por nuestras inquisisiones, por el qué hay detrás. En este librito (creo que la primera edición ya salió en Buenos Aires, en Eterna Cadencia, una editorial de allá, creo, ahora estoy fiándome de la memoria) cumple las medidas higiénicas de no ofender al oído en la cadencia de su ritmo, está sembrado con minas pequeñitas a los que nos acercamos y basta que apoyemos un poco el pensamiento para que exploten dentro de nosotros y nos hagan detenernos en unas cuantas cosas. Se habla de la señora soledad, esa señora demasiado engreída que nunca quiere ceder y siempre permanece a la caza; se habla de ciertas metamorfosis que operan en las almas cuando malgastamos energías frente a según que programas de la televisión que idiotizan más que elevan (le peligro puede empezar de niño, luego más tarde las taras se manifestarán y los que se forrarán serán los sicólogos de pacotillas, las farmacias, el auge indiscriminado de ciertos libros de auto-ayuda que provocan enormes genocidios en el alma y el sosiego ¿terminará ese niñito por convertirse en algo parecido a una máquina? Pero la apariencia simple dice que no pasa nada en esas narraciones pero sí, pasan cosas. Muy logrado el desafío de Beatriz que fue a comprarse unos "lindos tacones violeta" para ... Bueno, ahí queda. Léanlo. Celebro su publicación.




Ubaldo R. Olivero

domingo, 26 de septiembre de 2010

¿Espías?

El edificio que tenemos en frente Sol y yo, es un edificio de militares. Andan por ahí unos cubanos que de cuando en cuando el volúmen de sus voces atraviesan cualquier pared y escuchamos. No queremos escuchar pero escuchamos. Por ejemplo, ayer estaba por terminar un libro de Alejandro Tellería (escritor peruano) y a mi oído lo asaltó esta perla,
"Oye chico, o se es comunista o se es capitalista",
y otro cubano (por el acento deduje que de algunas de las provincias Orientales de Cuba) se le sumó con esta otra,
"Mira, en los países capitalistas las cosas no son del estado y la gente se muere de hambre, eso es verdad". A lo que se le sumó un tercero (ese de acá de una de las Españas),
"Ustedes los cubanos lo que necesitan es una democracia".
Uno de los cubanos remató con esta tremenda filosofía,
"Oye, tu porque eres español, ¿eso no quiere decir que gobierna el pueblo?, porque quien manada en Cuba es el pueblo, chico, lo que pasa es que los españoles eso no lo entienden".
Madre de Dios, menos mal que me lo pasaba bien con El rey de la paja y otros cuentos, el librito de Alejandro Tellería.

Se publicó por allá por el 2001, en Perú, y sería bueno que saliese por aquí porque tiene muchas gemas interesantes. Buen ritmo, el oído se siente de fiesta y no deja de pensar el pensamiento. Anarquía a varios niveles de la buena. En libritos así uno se da cuenta, una vez más, de que las academias deberían salir un poco de las academias y darse una vuelta por ahí y no esperar doscientos años para legitimar un giro, un vocablo. Lo recomiendo. Mi amigo el poeta Alfredo me lo prestó, y la verdad, que lo pasé bien. Después de esas perlas que oí escaparse de la ventana del edificio de enfrente, me refugié en el humor, los diálogos picantes, los tornados verbales de El Rey de la paja y pude sobrevivir a los caribeños que se debatían en si democracia era o no, gobierno del pueblo. En fin, la cultura básica de allá de la isla da eso y da muchísimo más.





Ubaldo R. Olivero


jueves, 23 de septiembre de 2010

Colegio Oficial de Poetas

El conocido de un amigo me envió un correo y me preguntó que si me quería inscribir en el COP. El conocido de mi amigo es poeta y presume de poeta (lleva una Moleskin en el bolsillo de la americana, que se vea bien, que se ve bien). ¿Cuántos poetas hay en la ciudad en un radio de acción de cuatro kilómetros cuadrados más o menos? Ufffffffff, una barbaridad de poetas. Los poetas no me caen mal, sí me suelen caer bien, y gustar, los brillos de la poesía cuando esta desafía, tiene riqueza de vocabulario, riqueza de ingenio, abre más que cierra, eleva más que desciende, la poesía que no repite abusivamente según que fórmulas de la sacrosanta y bendita poesía de la experiencia. Lo que suele sentarme mal es esa falta de pudor de la que adolecen algunos/as (no pocos no, no pocos) mecanógrafos de prosas blandas, contaminadas esas prosas de millones de adjetivos y profundidades metafísicas, alteridades de vuelo bajo, yoismos yoismos yoismos. Y como si no bastara, cuando me encuentro con algún espécimen de esos, no le escasean perlas de este tamaño "No, mi poesía..." "A mi no me gustan las capillitas..." "Yo voy por libre y ..." Y resulta que como quien no quiere la cosa, das un garbeo por la ciudad y te lo encuentras con sus acólitos y sus pajes (estos también escriben poesía y tienen en la boca al flaco ese del pelo largo con estrías en la cara, uno de los poetas oficiales del Ateneu, ese que de cuando en cuando sale por BTV o El canal 33, o se le ve por ahí por los feudos del Ayuntament ¿En espera de la paga para continuar oficiando en su ministerio? Dios que aburrimiento! Le respondí al enviado de Brossa el Grande que no contaba en mis haberes con títulos que me amparasen de las malas lenguas, y de las tan traídas y llevadas normativas, y por desgracia no hablaba su lengua, que seguramente no me aceptaban en tan digno palacio. Que no importaba eso. Que con pagar una cuota mensual recibiría todos los meses donde se hacían lecturas y presentaciones, piscolabis, exposiciones, similares. Me dolió no poder complacerlo. Le dije que seguro no le faltarían candidatos huérfanos de padres oficiales que los representaran. El Colegio Oficial de Poetas seguro tendrá una larga vida pero llegará el día en que yo ya no estaré para degustar esos vinos tan exquisitos. Todo un honor.





Ubaldo R. Olivero

sábado, 18 de septiembre de 2010

Matadero Cinco

Salud!
En cada una de las páginas de la bien urdida y alumbradora novela de Kurt Vonnegut, Matadero 5 (primera edición 1969) uno puede a veces sentirse incómodo; no obstante, el peso de esa incomodidad no asfixia, no resulta excesiva, el corazón de las fealdades de la guerra late y fluye al mismo tiempo que la narración de los mundos de Billy Pilgrim por allá por Tralfamadore, el planeta donde se sabe el ayer y se sabe el mañana y los momentos que deberían imperar siempre son los momentos buenos, los momentos felices, de ser posible eso. Pero eso nunca será posible y las guerras, carroñeras que nunca dejan de volar a la espera, andan a la caza de los niños que sin terminar de serlo los lanzan a ser hombres antes de tiempo, en Dresde o donde fuera. Pilgrim viaja constantemente en el tiempo, puede salir de un tiempo y entrar en otro sin que su naturaleza física y sentimental se resienta, "aunque tenga un secreto y no sepa bien de que se trata".
Un hermoso canto a la desesperación, una cruzada tierna contra las invasiones inútiles, una coartada para indagar allí donde no sabemos por qué, el afán del poder para imponerse se mueve a su antojo más allá del fin y de los medios. Con humor, con energía limpia dentro de sus narratividades, con cortesía para callar lo que no está bien verbalizar porque advertimos que ha de alcanzarse algo pero no sabemos tampoco qué alcanzar ni cómo. "Cuando un tralfamadoriano ve un cadáver, todo lo que se le ocurre pensar es que le persona muerta se encuentra en malas condiciones en aquel momento particular; pero sabe que aquella misma persona puede encontrarse estupendamente en muchos otros momentos". Buen libro, buena historia (con sus afluentes de antes y después de la Segunda Guerra Mundial), buen desafío a ciertas convenciones narrativas. De mucho mérito.




Ubaldo R. Olivero
cajimaya@gmail.com


miércoles, 15 de septiembre de 2010

Tiempos breves


Salud!
Son asquerosas Sí, eso suelen considerar los mortales comunes que no es lo mismo que los comunes mortales, se sabe. La condición segunda ya viene dada, y poco se puede hacer. Mejor, tantos ya no cabemos en esta parte de la orilla.
Las cazaba cuando niño allá en mi Lengua de Pájaro, y hasta en la prisión de Playa Manteca creo que más de una vez nos zampamos algunas, el hambre puede eso, y puede más. Creo que aquellas palomas de mi niñez no estaban contaminadas de tanta ciudad y tantas porquerías.
A veces hasta las prefiero a otras almas vivientes que rondan por ahí. Y con frecuencia noto más poesía en esos bicharracos que en la invasión epidémica de hamburgueserías, y cafés de esos plastificados, y edificios nichos para que los mortales de a pie no estén forzados al sueño de soñar de forma vertical, que los hay, sí que los hay.
No, no me caen mal del todo. Molestan un poco pero como tanta gente que debería dejar de respirar porque ocupan espacios y oxígenos que bien podrían merecerlos otros/as con mejores caras e intenciones.
La hizo la fotógrafa catalana Roser Vilallonga por allá por el 2002, y mira por donde, me gusta. Le mandé una copia a mi madre y mi madre me preguntó con esa ingenuidad propia de una mujer de campo que ha pasado un tiempo breve por la escuela,
"¿Y no se las comen niño?"
"Por el momento no mamá, pero con esta crisis cualquier día la gente se lanza a la calle y no perdonarán nada, se comerán lo que sea".
Se quedó un momento en silencio y yo casi que alcancé a intuir lo que pensaba. Y heme aquí, recordando aquel tiempo breve, como el de mi madre fuera del aula, con su sabiduría de río natural que no termina de acabarse porque aguarda las lluvias que lo alimentarán.




Ubaldo R. Olivero
cajimaya@gmail.com


Le Chevalier de Sainte-Hermine


El caballero Hector de Sainte-Hermine (1058 pgas).
Alejandro Dumas (1802-1870)
Emecé Editores 2007

No nos asustemos, antes brindemos con alegría. Alejandro Dumas ha regresado porque nunca se fue. Alejandro Dumas siempre nos sabe llevar más allá de lo que un número no poco de páginas podrían disuadir de que desvelemos sus misterios. Hay un poco de todo y los/as que han leído El Conde de Montecristo, del mismo autor, podrán reencontrar en este grandísimo fresco de una parte importante de la historia de Francia, amores de difícil relieve, traiciones de muchos colores, voces que se rebelan y están dispuestas a cargar con el peso del mundo, como Atlantes salidos de las intrigas dentro y fuera de palacio... Mi amiga Antonia tuvo la feliz cortesía, una de las tantas que tiene conmigo de regalarme la novela, y en cuanto llegué a casa me puse a la tarea. Hace una hora escasa la terminé y me he quedado vacío y lleno, y en la frontera, si cabe, de ese vacío y ese lleno porque los libros de AD, ya sabemos, cuentan con el rigor poético de las grandes catedrales del espíritu aventurero, tan propio e bordado de insumisiones de las épocas de ayer. Ahora estoy por las nubes pero volveré de nuevo sobre esta novela herida-testamento, río de batallas, prosa con nervio, tan escasa hoy. Abstenerse los cobardes. Salud!



Ubaldo R. Olivero
cajimaya@gmail.com

La novela de G. Lo Presti


Ya lo sugerí, pero por si un día se la encuentran por ahí y la curiosidad todavía se mantiene. Es un libro hermoso con todo lo que de hermoso tiene la fealdad y la hipocresía de los Poderes. En fin, leerlo es mejor. Gracias.



Ubaldo R. Olivero

Venas abiertas

No importa. Ellos saben lo que hacen. Algunos/as caen en las trampas que tejen, y bueno, contra eso nada se puede hacer, o muy poco se puede, pero ya va bien ese poco. Si una obra no se puede defender lo suficientemente sola, es sospechosa de que la sustente y engrandezca algo legítimo, algo verdadero. Eso de adularse unos/as a otros/as para que la obra fluya, muy mal, muy mal. A uno le entran ganas de vomitar cuando ve esas fajas en ciertos libros que dicen lo Intenso que es lo que vine dentro, lo Emocionante y Original que es lo que lo que viene dentro. Dudo. Me pregunto cuantos elementos ajenos a la obra en cuestión alimentan y tratan de apuntalar lo que cae por si solo porque nada tiene, o muy poco que valga.
El dolor duele, y lo que duele de veras suele llegar allí donde no puede alcanzar ni el pobre artificio ni las adulaciones sin sustancia. Pero la impaciencia suele ser ama y señora y todos/as quieren hacerse notar de la forma que sea. Una miseria detrás de otra. Y conste que no soy pesimista, antes soy un pesimista activo, pocos quedamos.


Ubaldo R. Olivero

miércoles, 8 de septiembre de 2010

El cazador recubierto de cascabeles

El cazador recubierto de cascabeles,
Mondadori, 1994
¿Para cuándo una reedición?

En la solapa interior, a modo de breve información sobre el autor de El cazador... brota este detalle cumpliendo una condena por "terrorismo de derechas". ¿Y esa información que importa? No importa nada, apenas un breve movimiento que puede detener a los lectores/as castrados por la tiranía de los prejuicios, los lectores/as que por pereza o poca paciencia, quieren mantenerse ciegos, o les conviene, o tienen otros motivos que navegan más allá.
El narrador de El cazador... hiere con su discurso de presunto loco (según el doctor y su hipocresía) porque verbaliza muchas verdades, y ciertas verdades duelen porque siempre están a favor del poder, lo amparan, y al poder no le interesa que se aireen, que se masifiquen, que la gente de a pie se despierte, eso podría ser peligroso y poco rentable para las arcas de dominios del poder. B, el narrador, se ha cansado y pasará al acto, ya dejó de ser un romántico pasivo, ahora quiere ser un romántico activo (un ejemplo claro: el paseo con la chica que cose y vive en frente de su casa). Su pesimismo tiene raíces profundas, y B decide no seguir la corriente de la mayoría, no quiere seguir alimentando con su Sí lo que bien puede salvarlo si a ese Sí lo sustituye por un No. Si muchas veces dijéramos No, quizás otros se sumarían y el poder perdería el efecto y la prepotencia que lo alimenta, eso es lo que B, el narrador de El cazador recubierto de cascabeles, grita, con todos sus ánimos heridos, porque su No vale tanto como el Sí de muchos aunque se quede solo y lo condenen. No le importa que lo condenen, el ya vivió en aquella parte dentro del yugo, ahora quiere vivir fuera del yugo, de ese gran Sí, y para ello el acto de gritar unas cuentas verdades ya le va bien.
Hermosa y dura novela. Hermoso desafío. Hermoso poema. Hermoso canto a la fecundidad de los que todavía tienen dentro semillas que plantar y jardines que atender. Me ha gustado. Como en su día me gustó El pabellón Nº 6, de Chejov; como en su día me gustó Rebelión en la granja, de George Orwell; como en su día me gustó Luz de agosto, de Faulkner; como en su día me gustó aquel rebelde lleno de imaginación y brío que salió al campo a luchar y desfacer entuertos porque quería que su realidad, la que vivía solo en los libros de caballerías, fuera menos pobre, y para ese paso tenía que pasar del acto de la palabra, a la palabra del acto, así de sencillo, a riesgo de lo que fuera. Acción, dice B, y se lanza. Los cobardes y tiquismiquis que se asbtengan de leer esta novela. El cazador recubierto cascabeles es solo para valientes y enemigos de La Máquina.


Ubaldo R. Olivero

domingo, 5 de septiembre de 2010

El rufián moldavo (Seix Barral)

Buenas noches amigas/os:
Bueno, no les voy a contar el argumento de esa muy trabajada y luminosa novela de Edgardo Cozarinsky. ¿Para qué? ¿Tendría sentido? No, creo que no lo tendría. Ustedes mismos pueden disfrutarla paseándose por sus 158 páginas. Pocas pero muchas. Se habla, entre otras perlas, de la triste causa de los judíos (siempre en escorzo y no tanto), se habla de una venganza que puede parecer hasta un asesinato pero no, es algo más que un asesinato y una venganza, es una liberación de alguien que actúa no solo en nombre de una comunidad siempre perseguida sino en nombre de su conciencia y lo que le debe a esa conciencia. Y el narrador que persigue la historia de ese autor de la obra, El rufián moldavo, se mete lo justo y moraliza poco, lo justo, pero uno como lector siente que debe cuestionarse cosas, no mirar para un lado como si no pasara nada, porque no es cierto que no pase nada, pasan cosas, y pasan cosas tristes y la novela lleva, sin forzar, sin forzar, pero por momentos uno no quiere continuar porque el corazón duele y se resiste. Y sin embargo uno sigue la historia y termina cansado que hechos así ocurran y miremos para otro lado como si nada. Me alegró leerla, no voy a mentirles. Y mañana mismo iré a buscar otros libros del autor porque sabe tocar con maestría allí donde solo una buena mano maestra y pensamiento claro y talento, sabe tocar y herir y curar. Y bueno, que bien sentí que no perdí el tiempo. Y que bueno ese homenaje discreto, fino, a cierta obra de CJC, sobre el asunto de unas lápidas que servían de mesa en un bar, no lejos del Hogar donde el narrador tenía la fuente de su curiosidad y dolor (¿esa cajita de zapatos era un símbolo dentro de símbolos?). Y esos nombres que dicen más que nombrar... lvov, Jassy, Tiraspol, Gdansk, Pécs, Czernovitz, Wroclau, Brody, Warszawa, Kastoria, Lemberg, Odessa. Entremos en "El rufián moldavo" sin miedo. No hay motivos para el miedo. Es una obra construida con sabiduría. Hay miedos que liberan y engrandecen.




Ubaldo R. Olivero