lunes, 1 de septiembre de 2008

Las máscaras y yo

Me resulta curioso (para un estudio vamos) ese tipo de personas que dice que lee mucho "Si, yo dede niño leo bastante... En mi casa había una biblioteca enorme... Me encerraba en el cuarto de baño y mi madre tenía que obligarme a salir del lavabo..." enfatizan una y otra vez, "Desde pequeño yo..., sí, leía mogollón" e insisten en leer algo tuyo. Uno, como quiere ser prudente con el tiempo del otro/a porque supone que lo emplea en sustanciosos menesteres, le dice que sí, que le dejará algo, algo cortito para que no se atabale, para no robarle parte de su precioso tiempo. Y busca entra las cosas que ha escrito algo de no más de cinco páginas y se dice "Bueno, con esto bastará". Y quedan, y el otro/a se lleva el texto, nada, apenas un cuentecito de poco voltaje para complacer a quien presuntamente la curiosidad le vive, a quien semillas quiere regar. Y pasa un mes y pasa otro y un día te lo encuentras en el patio de letras de la Facultad de Filología y después del dudoso y cálido saludo te dice qué todavía no ha leído lo tuyo porque no ha tenido tiempo, que ha ido de culo y que ya lo hará. Tu le dices que no pasa nada, que no se preocupe. Y vuelven a pasar dos meses y la misma cantaleta. Que no pasa nada, que no hay porque preocuparse y venga otra justificación y otra. ¿Qué pasa? Uno se pregunta. Se puede comprender que quien lee algo de uno no le apetezca opinar, no sepa cómo hacerlo, no encuentre las palabras más apropiadas para apuntalar este detalle, decir si lo que leyó le pareció flojo, no le gustó, se le volvió desde principio a fin demasiado blando, previsible, incluso torpe y ñoño, todo eso puede llegar a entenderse pero lo que cuesta un poco más en ese tipo de gente que hablan del tiempo y de las pasiones que un día tuvieron, y se afirman machaconamente en que aún permanecen inalterables cuando en el fondo del fondo no es cierto, lo que cuesta, digo, es que no se cansen de ese absurdo teatro que se parece bastante a la miseria mísera y a la triste compasión. ¿Por qué se engañan e intentan hacerlo con los demás? A otro perro con ese collar porque uno se cansa. Bueno, no quiero continuar con estos tonos grises. U. R. Olivero.